
Este film, León de Plata en el Festival de Venecia al Mejor Director y Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid en el año 2004, es un buen ejemplo de cómo contar una sencilla historia de amor pero de una forma ingeniosa, poética y sobre todo… original.
Y esta originalidad está desde su inicio, desde que nos presentan al joven Tae-suk (Jae Hee) que tiene como afición dejar folletos de publicidad en los pomos de las puertas para volver a recogerles pasadas unas horas con el fin averiguar quién no la ha recogido y así “okupar” su casa durante un día y hacerla “suya” en todos los sentidos de la palabra. No roba ni destruye nada (al contrario, arregla lo objetos estropeados). Sencillamente se apodera de la propiedad ajena durante unas horas y disfruta de ello. Y en uno de estos allanamientos de morada… Tae-suk descubre a Sun-hwa (Lee Seung-yeon)… y surge un amor silencioso y una muda pasión entre ellos.
Tae-suk y Sun-hwa están enamorados pero no hablan, no lo necesitan. No son mudos, pero omiten el medio de la palabra para comunicarse. Les bastan sus miradas y sus silencios. Mutuamente se cuidan, se protegen, se buscan la vida y se alimentan… (Hay una escena que comparten spaghettis en un banco de la calle a lo “Dama y el Vagabundo”). Son el Romeo y Julieta de Corea.
Casi al final de la película (a falta de diez minutos para su terminación) escuchamos por primera vez la voz femenina y suave de Sun-hwa… de sus labios sale un pausado “Te quiero” que Tae-suk corresponde sellando sus labios con ternura y delicadeza (es el beso que podéis ver en el cartel de la película). En este beso… ¿observaréis algo raro? ... ¡pues no seré yo quién os lo cuente! … Sólo os diré que en esta película todo es lírica y magia, o como dice una crítica de su propio cartel cinematográfico “es pura poesía visual”.
Imágenes que hablan por sí solas, música calmada, cultura oriental, ambiente zen,… ¡qué película más sencilla y hermosa! Sin tener grandes pretensiones, simplemente nos cuentan una sencilla historia de amor, pero esta vez, relatada desde la singularidad, la creatividad y la genialidad.
¿Escenas para el recuerdo?... hay tantas y de tan bella realización que es difícil decantarse por alguna de ellas. Sí os recomendaría, como ejemplo del ingenio que muestra su director, Kim Ki-Duk, la etapa en la que nuestro joven protagonista, Tae-suk, pasa una estancia en la cárcel. En ella, se dan cuatro situaciones aparentemente iguales (mismo escenario, mismos protagonistas) entre Tae-suk (preso número 2904) y el vigilante de prisión… pero con cuatro desenlaces muy diferentes. Inventiva e imaginación al poder.
Además esta película cuenta con la ventaja de que en ella no es necesario debatir si es mejor verla en su versión original (coreano con subtítulos) o doblada al castellano… Da lo mismo... casi no hay diálogos! (el primer personaje que habla en la película es a los 40 minutos de su inicio). Pero no por ello es lenta y aburrida, todo lo contrario, ahí está su mérito y lo que la diferencia del resto de las películas… ¡Qué diferente y qué genial es el cine! Comparad Hierro 3 con alguna película, por ejemplo, de Woody Allen (en la que los diálogos son sus verdaderos protagonistas)… pues no tienen absolutamente nada que ver la una con la otra, es evidente. Son distintos estilos y métodos diferentes de contarnos historias. Pero al final esto es lo que importa, que el cine nos cuente historias diferentes y entretenidas. El cómo lograrlo, o cómo hacerlo…es lo de menos. Eso es ya tarea de los directores, y dependerá del ingenio y conocimiento que tenga cada uno del oficio.
Por todo lo que os he contado y por ser una película tan distinta y diferente a todas las demás, he querido hacer esta entrada sobre Hierro 3. Una bella y singular película.
“Es difícil saber si el mundo en que vivimos es sueño o realidad”
Es la frase que nos aparece al final de la película. Si os animáis a verla, sabréis por qué aparece. Yo os recomiendo verla, pero por supuesto, en vosotros está la decisión… y la última palabra. ¿Os apetece verla?